Revista CEPA, Número 11
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EDITORIAL: HACIA LA SEGUNDA Y VERDADERA INDEPENDENCIA
"hablar de soberanía colombiana es un Chiste" Noam Chomsky
Resulta paradójico que cuando se conmemora el bicentenario de los comienzos de la lucha independentista que selló nuestra separación de España, el gobierno de Colombia, coaligado con el conjunto de las clases dominantes (que no son otra cosa que una típica lumpemburguesía) haya entregado al imperialismo estadounidense en bandeja de plata nuestro territorio para que éste lo convierta en su gran portaviones terrestre, con la fi nalidad de expoliar los recursos energéticos y naturales que se encuentran en el centro y sur de América y de agredir a aquellos países de la región que intentan consolidar proyectos nacionalistas.
Colombia es un protectorado de los Estados Unidos, lo que explica que sea el tercer país del mundo en captar “ayuda militar” de la primera potencia orbital, habiendo recibido 5.276 millones de dólares entre 1996 y 2008 y que, en un lapso similar de tiempo, hayan sido entrenados en escuelas de los Estados Unidos 72 mil militares colombianos.
Con los condicionamientos ideológicos –profundamente anticomunistas- que se desprenden de esta formación en “la ciencia de matar”, enseñados en las academias bélicas del imperio, ¿qué independencia pueden tener las fuerzas armadas de Colombia, que se han convertido en una tropa de ocupación para salvaguardar los intereses del imperialismo en estrecha alianza con la lumpemburguesía criolla? ¿Acaso sorprende que Colombia sea el único país de Sudamérica que ha bombardeado a un país vecino y pregone como legítima la “guerra preventiva” de clara estirpe estadounidense? No por casualidad, como expresión perversa de esta dependencia estructural, militares y paramilitares colombianos participan como mercenarios en guerras patrocinadas por Estados Unidos en diversos lugares del mundo (Irak y Afganistán) o en proyectos de desestabilización en América Latina (Venezuela, Bolivia y Honduras).
La dependencia del país se evidencia en la extradición de ciudadanos colombianos hacia los Estados Unidos, que en los últimos 8 años superó la cifra de 800 personas. Que se sepa, en ningún otro lugar del mundo, ni en ninguna otra época, un Estado había entregado tal cantidad de connacionales, como se viene haciendo en Colombia, para que fueran condenados en forma arbitraria por parte de autoridades judiciales de los Estados Unidos. Con esto se evidencia la inutilidad del sistema judicial de este país y se demuestra que los diversos gobiernos criollos han sido marionetas de Washington, tal y como lo va a seguir siendo, sin ninguna duda, el gobierno de Juan Manuel Santos.
La entrega de las riquezas del país a multinacionales de los Estados Unidos y de la Unión Europea hace parte del comportamiento tradicional de la oligarquía de Colombia, la cual ha procedido a feriar el patrimonio público representado en empresas de gas, energía, agua, telefonía, telecomunicaciones, banca e infraestructura. Por ello, según el Banco Mundial, en este país se respira un excelente aire para los negocios, puesto que aquí se ha hecho todo lo necesario “por simplificar los trámites de crédito, protección de la inversión, y simplificación en el pago de impuestos”.
Como parte de esa dependencia económica, se eliminó la industria nacional para servir al apetito voraz del capital fi nanciero transnacional y las multinacionales, y al mismo tiempo, se revitalizó el viejo esquema minero exportador, para convertir a nuestro país en una gigantesca mina a cielo abierto. Así, un 80 por ciento del territorio nacional se ha ofrecido, sin ninguna contraprestación, a las empresas multinacionales de la minería y el petróleo para que sean saqueados todos los recursos, dejándonos a cambio huecos de miseria y contaminación.
La dependencia estructural de la sociedad colombiana con relación a los Estados Unidos se manifiesta también en el plano cultural. Algo que no es extraño, si se recuerda que las clases dominantes de este país siempre han tenido como modelo de vida a Londres, Madrid, Paris, y, ahora, nos han querido transformar en un suburbio pobre de Miami, ciudad desde donde sedifunde, por parte de los medios de desinformación masiva, el “sueño americano”, con lo cual se cautiva a millones de colombianos de todas las clases sociales, aunque para las mayorías pobres ese sueño se convierta en la pesadilla cotidiana de la violencia endémica, propia de una cultura narco-traqueta, adobada con una lógica pueblerina y machista.
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Al considerar todos los aspectos mencionados, resulta tragicómico hablar de la independencia de Colombia, en momentos en que otros países de Sudamérica proponen romper con la sumisión existente con respecto a los Estados Unidos. Ante tan tenebroso panorama se desprenden algunas preguntas: ¿Esa dependencia es ineluctable? ¿No tenemos alternativa distinta a seguir siendo una neocolonia de los Estados Unidos? Es obvio que la dependencia estructural de la sociedad colombiano no es una fatalidad irreversible, sino el resultado de la sumisión de la oligarquía ante las potencias hegemónicas desde hace dos siglos.
La postración servil de Colombia ante los amos del mundo, refuerza la idea de José Martí de proclamar una segunda y verdadera independencia, que nos permita obtener una auténtica libertad como nación, lo cual tiene que hacerse junto con la modifi cación de la correlación de fuerzas internas dentro del país, que por ahora favorecen a los cipayos de la oligarquía, que son la correa de transmisión de la dominación imperialista.
Para ello, puede ser un comienzo que se vuelvan a denominar a las cosas por su nombre, como una forma de apropiarnos de la realidad, es decir, que se nombre al imperialismo, la dependencia, la perdida de soberanía del país, la vigencia de la lucha de clases y el entreguismo de que hacen gala las clases dominantes, de nuestro territorio y de nuestros recursos y riquezas.
Diferenciar el interés de las minorías oligarcas de las necesidades de las mayorías sociales del país, es un paso importante para contribuir al surgimiento de un nuevo sentido de nación que le arranque de las manos, a los actuales "jerarcas vendepatrias", el presente y el futuro del país. Para ello, se precisa con urgencia construir un frente antiimperialista que se una a los diferentes esfuerzos que están renovando el contenido del proyecto bolivariano de integración latinoamericana, entendida como un herramienta formidable que nos permita ser parte de un nuevo proyecto histórico que enfrente y derrote la presencia y la injerencia del decadente imperialismo estadounidense en Colombia, como aporte fundamental a la lucha de los pueblos por el socialismo. Por supuesto, en procura de lograr la construcción de ese frente es preciso que las organizaciones populares, democráticas y revolucionarias definan y construyan una agenda antiimperialista que vaya decantando consignas, acciones y posibilite articular ese gran proyecto de frente, que por supuesto debe ser nacional, latinoamericano y mundial.
CEPA en sus diferentes ediciones ha venido proponiendo una ruta que nos permita ir más allá de las arenas movedizas de tipo electoral, en las cuales ha quedado atrapada la lucha de cientos de activistas políticos y sociales, cuya actuación es de vital importancia para enfrentar al imperialismo. Las reivindicaciones más sencillas de los trabajadores, los campesinos, los estudiantes, los maestros, los indígenas y las mujeres pobres no van a encontrar salida si no enfrentamos juntos al gobierno entrante de Santos, el cual va a redoblar la entrega del país y a profundizar el modelo rentista exportador.
Este modelo, ligado al capitalismo gansteril, arrasa con los ecosistemas para ponerlos al servicio del capital imperialista, combina la zanahoria de la diplomacia de Obama con el garrote, impone bases militares en nuestro territorio como mecanismo para agredir a otros países y avala la firma de Tratados de Libre Comercio que aumentan la miseria y la desigualdad y fortalecen a los sectores oligárquicos.
La lucha antiimperialista debe estar enmarcada en la construcción de un proyecto social Anti-capitalista internacional que enfrente la crisis civilizatoria actual, que erosiona la base natural de la vida (como se evidencia hoy en el Golfo de México) y aniquila a los pobres y a los trabajadores.
"hablar de soberanía colombiana es un Chiste" Noam Chomsky
Resulta paradójico que cuando se conmemora el bicentenario de los comienzos de la lucha independentista que selló nuestra separación de España, el gobierno de Colombia, coaligado con el conjunto de las clases dominantes (que no son otra cosa que una típica lumpemburguesía) haya entregado al imperialismo estadounidense en bandeja de plata nuestro territorio para que éste lo convierta en su gran portaviones terrestre, con la fi nalidad de expoliar los recursos energéticos y naturales que se encuentran en el centro y sur de América y de agredir a aquellos países de la región que intentan consolidar proyectos nacionalistas.
Colombia es un protectorado de los Estados Unidos, lo que explica que sea el tercer país del mundo en captar “ayuda militar” de la primera potencia orbital, habiendo recibido 5.276 millones de dólares entre 1996 y 2008 y que, en un lapso similar de tiempo, hayan sido entrenados en escuelas de los Estados Unidos 72 mil militares colombianos.
Con los condicionamientos ideológicos –profundamente anticomunistas- que se desprenden de esta formación en “la ciencia de matar”, enseñados en las academias bélicas del imperio, ¿qué independencia pueden tener las fuerzas armadas de Colombia, que se han convertido en una tropa de ocupación para salvaguardar los intereses del imperialismo en estrecha alianza con la lumpemburguesía criolla? ¿Acaso sorprende que Colombia sea el único país de Sudamérica que ha bombardeado a un país vecino y pregone como legítima la “guerra preventiva” de clara estirpe estadounidense? No por casualidad, como expresión perversa de esta dependencia estructural, militares y paramilitares colombianos participan como mercenarios en guerras patrocinadas por Estados Unidos en diversos lugares del mundo (Irak y Afganistán) o en proyectos de desestabilización en América Latina (Venezuela, Bolivia y Honduras).
La dependencia del país se evidencia en la extradición de ciudadanos colombianos hacia los Estados Unidos, que en los últimos 8 años superó la cifra de 800 personas. Que se sepa, en ningún otro lugar del mundo, ni en ninguna otra época, un Estado había entregado tal cantidad de connacionales, como se viene haciendo en Colombia, para que fueran condenados en forma arbitraria por parte de autoridades judiciales de los Estados Unidos. Con esto se evidencia la inutilidad del sistema judicial de este país y se demuestra que los diversos gobiernos criollos han sido marionetas de Washington, tal y como lo va a seguir siendo, sin ninguna duda, el gobierno de Juan Manuel Santos.
La entrega de las riquezas del país a multinacionales de los Estados Unidos y de la Unión Europea hace parte del comportamiento tradicional de la oligarquía de Colombia, la cual ha procedido a feriar el patrimonio público representado en empresas de gas, energía, agua, telefonía, telecomunicaciones, banca e infraestructura. Por ello, según el Banco Mundial, en este país se respira un excelente aire para los negocios, puesto que aquí se ha hecho todo lo necesario “por simplificar los trámites de crédito, protección de la inversión, y simplificación en el pago de impuestos”.
Como parte de esa dependencia económica, se eliminó la industria nacional para servir al apetito voraz del capital fi nanciero transnacional y las multinacionales, y al mismo tiempo, se revitalizó el viejo esquema minero exportador, para convertir a nuestro país en una gigantesca mina a cielo abierto. Así, un 80 por ciento del territorio nacional se ha ofrecido, sin ninguna contraprestación, a las empresas multinacionales de la minería y el petróleo para que sean saqueados todos los recursos, dejándonos a cambio huecos de miseria y contaminación.
La dependencia estructural de la sociedad colombiana con relación a los Estados Unidos se manifiesta también en el plano cultural. Algo que no es extraño, si se recuerda que las clases dominantes de este país siempre han tenido como modelo de vida a Londres, Madrid, Paris, y, ahora, nos han querido transformar en un suburbio pobre de Miami, ciudad desde donde sedifunde, por parte de los medios de desinformación masiva, el “sueño americano”, con lo cual se cautiva a millones de colombianos de todas las clases sociales, aunque para las mayorías pobres ese sueño se convierta en la pesadilla cotidiana de la violencia endémica, propia de una cultura narco-traqueta, adobada con una lógica pueblerina y machista.
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Al considerar todos los aspectos mencionados, resulta tragicómico hablar de la independencia de Colombia, en momentos en que otros países de Sudamérica proponen romper con la sumisión existente con respecto a los Estados Unidos. Ante tan tenebroso panorama se desprenden algunas preguntas: ¿Esa dependencia es ineluctable? ¿No tenemos alternativa distinta a seguir siendo una neocolonia de los Estados Unidos? Es obvio que la dependencia estructural de la sociedad colombiano no es una fatalidad irreversible, sino el resultado de la sumisión de la oligarquía ante las potencias hegemónicas desde hace dos siglos.
La postración servil de Colombia ante los amos del mundo, refuerza la idea de José Martí de proclamar una segunda y verdadera independencia, que nos permita obtener una auténtica libertad como nación, lo cual tiene que hacerse junto con la modifi cación de la correlación de fuerzas internas dentro del país, que por ahora favorecen a los cipayos de la oligarquía, que son la correa de transmisión de la dominación imperialista.
Para ello, puede ser un comienzo que se vuelvan a denominar a las cosas por su nombre, como una forma de apropiarnos de la realidad, es decir, que se nombre al imperialismo, la dependencia, la perdida de soberanía del país, la vigencia de la lucha de clases y el entreguismo de que hacen gala las clases dominantes, de nuestro territorio y de nuestros recursos y riquezas.
Diferenciar el interés de las minorías oligarcas de las necesidades de las mayorías sociales del país, es un paso importante para contribuir al surgimiento de un nuevo sentido de nación que le arranque de las manos, a los actuales "jerarcas vendepatrias", el presente y el futuro del país. Para ello, se precisa con urgencia construir un frente antiimperialista que se una a los diferentes esfuerzos que están renovando el contenido del proyecto bolivariano de integración latinoamericana, entendida como un herramienta formidable que nos permita ser parte de un nuevo proyecto histórico que enfrente y derrote la presencia y la injerencia del decadente imperialismo estadounidense en Colombia, como aporte fundamental a la lucha de los pueblos por el socialismo. Por supuesto, en procura de lograr la construcción de ese frente es preciso que las organizaciones populares, democráticas y revolucionarias definan y construyan una agenda antiimperialista que vaya decantando consignas, acciones y posibilite articular ese gran proyecto de frente, que por supuesto debe ser nacional, latinoamericano y mundial.
CEPA en sus diferentes ediciones ha venido proponiendo una ruta que nos permita ir más allá de las arenas movedizas de tipo electoral, en las cuales ha quedado atrapada la lucha de cientos de activistas políticos y sociales, cuya actuación es de vital importancia para enfrentar al imperialismo. Las reivindicaciones más sencillas de los trabajadores, los campesinos, los estudiantes, los maestros, los indígenas y las mujeres pobres no van a encontrar salida si no enfrentamos juntos al gobierno entrante de Santos, el cual va a redoblar la entrega del país y a profundizar el modelo rentista exportador.
Este modelo, ligado al capitalismo gansteril, arrasa con los ecosistemas para ponerlos al servicio del capital imperialista, combina la zanahoria de la diplomacia de Obama con el garrote, impone bases militares en nuestro territorio como mecanismo para agredir a otros países y avala la firma de Tratados de Libre Comercio que aumentan la miseria y la desigualdad y fortalecen a los sectores oligárquicos.
La lucha antiimperialista debe estar enmarcada en la construcción de un proyecto social Anti-capitalista internacional que enfrente la crisis civilizatoria actual, que erosiona la base natural de la vida (como se evidencia hoy en el Golfo de México) y aniquila a los pobres y a los trabajadores.