REVISTA CEPA NÚMERO 8
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EDITORIAL: EL COMPROMISO POLÍTICO DE LOS INTELECTUALES EN COLOMBIA

La muerte de Orlando Fals Borda acaecida el pasado 12 de agosto de 2008, tan sentida por los luchadores de Colombia y América Latina, es un insuceso que conlleva la pregunta ¿En qué anda el compromiso político de los intelectuales en Colombia?. Más aún cuando Orlando representó durante toda su vida la premisa de que es posible colocar al servicio de los sectores populares el conocimiento, la investigación y la creatividad que lo caracterizaron y que se podrían resumir en la frase: “Sentir, pensar, actuar”.
En tal sentido es preciso saber qué está pasando con el compromiso político de los intelectuales, no para definir un ¨modelo¨de intelectual politicamente correcto, sino para entender cual es la cuota de responsabilidad de muchos intelectuales que se vanaglorian de su compromiso politico con el país, y que en algunos casos se han pasado abiertamente al servicio del actual regimen, o de otro lado terminan siendo instrumentales al proyecto totalitario que padece el país.
En momentos en que predomina un proyecto autoritario como el que se presenta en Colombia, los intelectuales, pensadores y trabajadores del pensamiento que se deciden a participar abiertamente en politica, bien sea en partidos o a través de su trabajo, tienen que definir claramente si estan del lado del oprobioso régimen o de una propuesta de nación digna y democrática. CEPA sostiene, que en Colombia, en lo que respecta a la relación trabajo intelectual y compromiso politico, existen al menos tres tipos de intelectuales: aquellos que sirven al régimen establecido, aquellos que se autoproclaman “progresistas” o de “izquierda” y los trabajadores del pensamiento articulados con la acción política colectiva. Es de anotar que hay muchos trabajadores de la cultura y del pensamiento que trasceinden estas categorias y a los cuales no nos referimos en el presente editorial.
Los “intelectuales del régimen” Al examinar los acontecimientos recientes del país, durante el gobierno del potentado del Ubérrimo, es notorio como individuos que antaño eran “intelectuales de izquierda”, ahora se convirtieron en voceros
oficiosos de tan nefasto gobierno, incluso se han dado a la tarea de justificar las “grandes realizaciones” de la “inteligencia superior” que irradia “sabiduría” desde la “Casa de Nari”, como la llaman los facinerosos que a diario entran y salen de la sede presidencial.
Los “intelectuales del régimen” se tomaron los espacios de difusión del pensamiento. En buena parte de las universidades públicas se han entronizado rectores y académicos incondicionales del régimen, y reconocidos centros de investigación mutaron en transmisores de la ideología de la “seguridad democrática”.
En la radio y la televisión, los consejeros del inquilino de Palacio, calumnian e insultan a todos aquellos que osen oponerse a sus designios. Como lo enuncia el dramaturgo vasco Alfonso Sastre: “lo peligroso que puede ser un micrófono en las manos de un cretino, cuando el tal cretino goza de total impunidad”.
En la prensa que domina el diario El Tiempo propiedad del grupo español Planeta en asocio con la familia Santos, escritores de izquierda conversos a la derecha, publican columnas en las cuales alaban los logros de Uribe Vélez para “beneficio de la patria”, y aplauden los hechos de impunidad que se gestan desde la sede presidencial, tales como la expulsión de campesinos de sus tierras, la antirreforma agraria de tinte paramilitar, la persecución a los indígenas y hasta la violación de la soberanía de los países vecinos.
Algunas ONG, administradas por “intelectuales” que se reclaman a sí mismos como miembros de la “sociedad civil”, reciben recursos del gobierno, realizan campañas y estudios en los cuales ponderan los “extraordinarios logros” de esta administración.
Así impiden concretar formas de autogestión popular, captan recursos por parte de las organizaciones sociales para resolver las necesidades en el ámbito de la educación, la salud o la cultura. Se trata en verdad de un ominoso usufructo de recursos públicos por parte de agentes oficiosos progobierno.
Los violentólogos cumplen su función de legitimadores ideológicos del régimen y se ocupan ahora en la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, la Consejería Presidencial de Derechos Humanos y otras instituciones oficiales, de pontificar sobre el posconflicto. Alaban las virtudes “democráticas” del aparato de guerra del Estado, avalan la “ayuda” proporcionada por los Estados Unidos, vía Plan Colombia, para arreciar la guerra y hacerle juego a la
macabra acción de los genocidas, sin ningún éxito procuran justificar lo injustificable.
CEPA no contemporiza con el proyecto paramilitar, por su baño de sangre y terror, y su inocultable vinculacion con las fuerzas del capitalismo nacional y transnacional. CEPA no acepta su práctica genocida y se solidariza en la acción concreta con el dolor de las comunidades perseguidas y exterminadas.
CEPA no acepta en el plano ético, ni en el espacio político, ni en la economía este régimen traqueto. CEPA se caracteriza por sacar a la luz las acciones gansteriles de las clases dominantes, y considera ilegítima la perfidia, el engaño, el uso de la violencia para acallar y matar a los opositores, los “falsos positivos” (un eufemismo para ocultar el terrorismo de Estado), el destierro de cuatro millones de campesinos de sus tierras, la contrarreforma laboral, la privatización de las empresas públicas, la imposición de los agrocombustibles en tierras que producían alimentos, la entrega incondicional de los recursos del país a las multinacionales que se cobijan en la ‘responsabilidad social empresarial’, y el vil asesinato de sindicalistas, indígenas, campesinos y habitantes de los barrios pobres de las ciudades.
Mientras la vasta mayoría soporta diversas formas de opresión, explotación, racismo y exclusión, un reducido sector de traficantes del intelecto se deleita con las prebendas que les brinda el poder. En Colombia, estos intelectuales pasaron del Yo acuso de Emilio Zola, al Yo consiento, Yo callo, Yo alabo el poder y la dominación, Yo aplaudo la tiranía (…), como contraprestación se reducen a insignificantes personajes que en su condición de esclavos y mercenarios, figuración y bienestar individual, dan rienda suelta a su arribismo para satisfaccion del régimen y vergüenza de los adversarios al uribismo.
No son intelectuales orgánicos, en la categoría de Antonio Gramsci, son “intelectuales transgénicos”, porque -como lo anota Marco Rascón-, son “producidos y legitimados, no desde la crítica, sino desde el poder”. En estos tiempos, los intelectuales transgénicos, “son ‘clones’ a la medida, carecen de personalidad, no tienen ideas propias; conforman un producto homogenizado y libre de asperezas”. A los cuales se les removió con ingeniería genética “todos los genes defectuosos (conflictivos), como el gen crítico, el gen de la conciencia, los han modificado por genes pragmáticos (...) al igual que las semillas, son híbridos, dejaron de producir pensamiento propio y son instrumento del “pensamiento único”, en nuestro caso el neoliberalismo armado que rezuma el uribismo.
Estos intelectuales sostienen que, ante los cambios mundiales, hay que ser pragmáticos y en aras del realismo olvidar las utopías y los sueños de superar el capitalismo. Su abyección es proporcional a la forma como se acomodan en el capitalismo y empiezan a recibir canonjías por el servicio que prestan al sistema de dominación establecido. Ante la indignidad y postración ideológica que predomina en Colombia, es difícil pensar que esos individuos sean intelectuales, si es que se quiere dar altura y valor a una palabra cada vez más mancillada en las últimas décadas en el mundo, por la estolidez mediática y la manipulación de masas que ha generalizado el capitalismo. Como lo afirmó hace ocho décadas el cubano Julio Antonio Mella, “a los que denigran su pensamiento esclavizándolo a la ignorancia convencional o a la tiranía oprobiosa no debe llamárseles jamás intelectuales (...) A los que venden las ideas (...) no les llamaremos intelectuales, (...) llamémosles tartufos, pero nunca intelectuales”. (Valga recordar que Tartufo es el nombre del célebre personaje de la obra de Moliere, caracterizado por su mediocridad, estupidez e hipocresía).
Los ¨intelectuales progresistas¨ Un segundo tipo de intelectual es aquél que se autoproclama de izquierda y, a diferencia de los anteriores, no pretende legitimar de manera directa el régimen, pero en últimas acepta al capitalismo como una realidad insuperable, aunque cuestione algunos aspectos del neoliberalismo. Considera a la Constitución de 1991 como un logro político sin parangón, concibe a Colombia como una sociedad democrática (sin comillas) y asume la participación electoral como la única forma de lucha política.
Este intelectual también es “transgénico” como el primero, aunque se considere de izquierda, puesto que piensa que la democracia es sinónimo de capitalismo y que a este último sólo hay que darle un rostro humano. No considera las raíces históricas y sociales del conflicto armado que sufre Colombia y cree -como los intelectuales funcionales al régimen-, que la solución manu militari del ‘fin del fin’ allanará el camino para que esa izquierda tenga las garantías para ganar las elecciones y ‘ser gobierno’. La seguridad que ofrece el régimen es una prioridad por encima de cualquier consideración sobre la injusticia y la desigualdad social.
No valora en su dimensión antisocial el monopolio terrateniente del suelo y acepta en forma pasiva la propaganda a favor del capital y de la empresa privada como supuesta fuente de progreso y bienestar. Reniega de las luchas sociales, de la acción directa y de las movilizaciones callejeras, piensa que la política de “seguridad democrática” beneficia el país, porque ahora si se puede transitar por las carreteras y descansar los fines de semana. Este género se organiza en forma de algunas ONG y tramita proyectos ante organismos de “cooperación internacional” en el marco
de las políticas de ajuste social y atención a los ‘más pobres de los pobres’ que focaliza el Banco Mundial o la Organización de las Naciones Unidas.
Se trata de ‘proyectos productivos’ para que los campesinos cultiven comodities (productos de exportación) como la palma africana y actúen en ‘alianzas’ y emprendimientos con inversionistas agrícolas que no son ajenos a la expansión de sus fundos por la vía paramilitar.
Este tipo de intelectual no denuncia al régimen ni al gobierno de Uribe y mucho menos a las clases dominantes dueñas de este país, cuando mucho denuncia los “excesos” del régimen –al que, por lo demás, considera legal y legítimo-, pero no enfrenta la explotación estructural, puesto que abandonó la crítica social y política, y adopta la jerga tecnocrática propia de los neoliberales y de los consultores expertos en control social. Estos se acomodan y ansían dádivas, en cuanto tienen oportunidad, se convierten en voceros del régimen y brincan sin titubeo para formar parte del
primer tipo de intelectuales, ante una candidatura para acceder al privilegio de ser congresista, ministro o embajador.
De tales tartufos poco puede esperarse, porque abjuran de la acción directa de las comunidades y del trabajo político en barrios y veredas, pues sólo les interesan los individuos como electores potenciales y no como sujetos colectivos de carne y hueso que se articulan en torno a un proyecto emancipatorio. Para completar, algunos de estos personajes transgénicos de izquierda, también son eclécticos e híbridos puesto que al mismo tiempo se mueven en el terreno de los intelectuales de derecha, trabajan con instituciones oficiales, legitiman el régimen, tienen sus propias ONG y son consultores privados que venden “sus ideas” al mejor postor.
Si se considera que el trabajador del pensamiento tiene una responsabilidad irrenunciable de buscar, defender y decir la verdad, denunciar la injusticia, la desigualdad y los abusos del poder y coadyuvar, con sus ideas y sus acciones, en la construcción de una sociedad emancipada, aquellos que arriba se mencionaron no pueden ser considerados como intelectuales stricto sensu.
Los trabajadores del pensamiento
En Colombia los trabajadores del pensamiento y acción colectiva se encuentran en medios de comunicación alternativos, en grupos independientes que trabajan con los sectores populares, en unos cuantos catedráticos universitarios que no se han plegado ni al unanimismo del régimen, ni a la tecnocracia uribista, ni a esas ONG que adornan el neoliberalismo. Se encuentran presentes en algunos columnistas que, contra viento y marea, y entre amenazas y señalamientos, denuncian con valentía todas las bajezas, el oprobio e iniquidades de este régimen y en general estan todos aquellos que piensan y actúan contra el capitalismo no sólo en su versión neoliberal. De la misma manera, esos trabajadores del pensamiento se encuentran entre los educadores populares que con su quehacer diario en las comunidades buscan construir en la práctica otro tipo de sociedad, regida por unos valores diferentes a los de la ganancia y el individualismo propios del mercantilismo y el consumismo.
Los trabajadores del pensamiento, son todos aquellos que plantean lo siguiente: más importante que la pura participación electoral es el trabajo con la gente y no se escabullen cuando se trata de impulsar la movilización social y organizar la lucha directa. Estos trabajadores del pensamiento se soportan en la filosofía de la praxis, en la cual se funden la teoría y la práctica de la transformación social, algo muy alejado de la pura especulación teórica como un fin en sí mismo.
A estos intelectuales podemos llamarlos, como lo hacia Julio Antonio Mella, trabajadores del pensamiento, denominación con la que se refrenda el vínculo que existe entre todos los trabajadores, incluyendo a aquellos que más sufren, como los cañeros de los ingenios y los comuneros indígenas, que hoy nos dan un gran ejemplo de dignidad y de valentía. Porque como lo esclareció el luchador cubano: “Intelectual es el trabajador del pensamiento. ¡El trabajador!, o sea, el único hombre que a juicio de Rodó merece la vida, es aquel que empuña la pluma para combatir la iniquidades, como los otros empuñan el arado para fecundizar la tierra”. A estos trabajadores del pensamiento los guían otros propósitos que van más allá de las dádivas y prebendas inmediatas del poder de turno y cuya acción es radical, como afirma Carlo Fabretti, “en el más pleno y literal sentido del término, puesto que lo que está podrido
son las raíces mismas del sistema”.
En tal sentido es preciso saber qué está pasando con el compromiso político de los intelectuales, no para definir un ¨modelo¨de intelectual politicamente correcto, sino para entender cual es la cuota de responsabilidad de muchos intelectuales que se vanaglorian de su compromiso politico con el país, y que en algunos casos se han pasado abiertamente al servicio del actual regimen, o de otro lado terminan siendo instrumentales al proyecto totalitario que padece el país.
En momentos en que predomina un proyecto autoritario como el que se presenta en Colombia, los intelectuales, pensadores y trabajadores del pensamiento que se deciden a participar abiertamente en politica, bien sea en partidos o a través de su trabajo, tienen que definir claramente si estan del lado del oprobioso régimen o de una propuesta de nación digna y democrática. CEPA sostiene, que en Colombia, en lo que respecta a la relación trabajo intelectual y compromiso politico, existen al menos tres tipos de intelectuales: aquellos que sirven al régimen establecido, aquellos que se autoproclaman “progresistas” o de “izquierda” y los trabajadores del pensamiento articulados con la acción política colectiva. Es de anotar que hay muchos trabajadores de la cultura y del pensamiento que trasceinden estas categorias y a los cuales no nos referimos en el presente editorial.
Los “intelectuales del régimen” Al examinar los acontecimientos recientes del país, durante el gobierno del potentado del Ubérrimo, es notorio como individuos que antaño eran “intelectuales de izquierda”, ahora se convirtieron en voceros
oficiosos de tan nefasto gobierno, incluso se han dado a la tarea de justificar las “grandes realizaciones” de la “inteligencia superior” que irradia “sabiduría” desde la “Casa de Nari”, como la llaman los facinerosos que a diario entran y salen de la sede presidencial.
Los “intelectuales del régimen” se tomaron los espacios de difusión del pensamiento. En buena parte de las universidades públicas se han entronizado rectores y académicos incondicionales del régimen, y reconocidos centros de investigación mutaron en transmisores de la ideología de la “seguridad democrática”.
En la radio y la televisión, los consejeros del inquilino de Palacio, calumnian e insultan a todos aquellos que osen oponerse a sus designios. Como lo enuncia el dramaturgo vasco Alfonso Sastre: “lo peligroso que puede ser un micrófono en las manos de un cretino, cuando el tal cretino goza de total impunidad”.
En la prensa que domina el diario El Tiempo propiedad del grupo español Planeta en asocio con la familia Santos, escritores de izquierda conversos a la derecha, publican columnas en las cuales alaban los logros de Uribe Vélez para “beneficio de la patria”, y aplauden los hechos de impunidad que se gestan desde la sede presidencial, tales como la expulsión de campesinos de sus tierras, la antirreforma agraria de tinte paramilitar, la persecución a los indígenas y hasta la violación de la soberanía de los países vecinos.
Algunas ONG, administradas por “intelectuales” que se reclaman a sí mismos como miembros de la “sociedad civil”, reciben recursos del gobierno, realizan campañas y estudios en los cuales ponderan los “extraordinarios logros” de esta administración.
Así impiden concretar formas de autogestión popular, captan recursos por parte de las organizaciones sociales para resolver las necesidades en el ámbito de la educación, la salud o la cultura. Se trata en verdad de un ominoso usufructo de recursos públicos por parte de agentes oficiosos progobierno.
Los violentólogos cumplen su función de legitimadores ideológicos del régimen y se ocupan ahora en la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, la Consejería Presidencial de Derechos Humanos y otras instituciones oficiales, de pontificar sobre el posconflicto. Alaban las virtudes “democráticas” del aparato de guerra del Estado, avalan la “ayuda” proporcionada por los Estados Unidos, vía Plan Colombia, para arreciar la guerra y hacerle juego a la
macabra acción de los genocidas, sin ningún éxito procuran justificar lo injustificable.
CEPA no contemporiza con el proyecto paramilitar, por su baño de sangre y terror, y su inocultable vinculacion con las fuerzas del capitalismo nacional y transnacional. CEPA no acepta su práctica genocida y se solidariza en la acción concreta con el dolor de las comunidades perseguidas y exterminadas.
CEPA no acepta en el plano ético, ni en el espacio político, ni en la economía este régimen traqueto. CEPA se caracteriza por sacar a la luz las acciones gansteriles de las clases dominantes, y considera ilegítima la perfidia, el engaño, el uso de la violencia para acallar y matar a los opositores, los “falsos positivos” (un eufemismo para ocultar el terrorismo de Estado), el destierro de cuatro millones de campesinos de sus tierras, la contrarreforma laboral, la privatización de las empresas públicas, la imposición de los agrocombustibles en tierras que producían alimentos, la entrega incondicional de los recursos del país a las multinacionales que se cobijan en la ‘responsabilidad social empresarial’, y el vil asesinato de sindicalistas, indígenas, campesinos y habitantes de los barrios pobres de las ciudades.
Mientras la vasta mayoría soporta diversas formas de opresión, explotación, racismo y exclusión, un reducido sector de traficantes del intelecto se deleita con las prebendas que les brinda el poder. En Colombia, estos intelectuales pasaron del Yo acuso de Emilio Zola, al Yo consiento, Yo callo, Yo alabo el poder y la dominación, Yo aplaudo la tiranía (…), como contraprestación se reducen a insignificantes personajes que en su condición de esclavos y mercenarios, figuración y bienestar individual, dan rienda suelta a su arribismo para satisfaccion del régimen y vergüenza de los adversarios al uribismo.
No son intelectuales orgánicos, en la categoría de Antonio Gramsci, son “intelectuales transgénicos”, porque -como lo anota Marco Rascón-, son “producidos y legitimados, no desde la crítica, sino desde el poder”. En estos tiempos, los intelectuales transgénicos, “son ‘clones’ a la medida, carecen de personalidad, no tienen ideas propias; conforman un producto homogenizado y libre de asperezas”. A los cuales se les removió con ingeniería genética “todos los genes defectuosos (conflictivos), como el gen crítico, el gen de la conciencia, los han modificado por genes pragmáticos (...) al igual que las semillas, son híbridos, dejaron de producir pensamiento propio y son instrumento del “pensamiento único”, en nuestro caso el neoliberalismo armado que rezuma el uribismo.
Estos intelectuales sostienen que, ante los cambios mundiales, hay que ser pragmáticos y en aras del realismo olvidar las utopías y los sueños de superar el capitalismo. Su abyección es proporcional a la forma como se acomodan en el capitalismo y empiezan a recibir canonjías por el servicio que prestan al sistema de dominación establecido. Ante la indignidad y postración ideológica que predomina en Colombia, es difícil pensar que esos individuos sean intelectuales, si es que se quiere dar altura y valor a una palabra cada vez más mancillada en las últimas décadas en el mundo, por la estolidez mediática y la manipulación de masas que ha generalizado el capitalismo. Como lo afirmó hace ocho décadas el cubano Julio Antonio Mella, “a los que denigran su pensamiento esclavizándolo a la ignorancia convencional o a la tiranía oprobiosa no debe llamárseles jamás intelectuales (...) A los que venden las ideas (...) no les llamaremos intelectuales, (...) llamémosles tartufos, pero nunca intelectuales”. (Valga recordar que Tartufo es el nombre del célebre personaje de la obra de Moliere, caracterizado por su mediocridad, estupidez e hipocresía).
Los ¨intelectuales progresistas¨ Un segundo tipo de intelectual es aquél que se autoproclama de izquierda y, a diferencia de los anteriores, no pretende legitimar de manera directa el régimen, pero en últimas acepta al capitalismo como una realidad insuperable, aunque cuestione algunos aspectos del neoliberalismo. Considera a la Constitución de 1991 como un logro político sin parangón, concibe a Colombia como una sociedad democrática (sin comillas) y asume la participación electoral como la única forma de lucha política.
Este intelectual también es “transgénico” como el primero, aunque se considere de izquierda, puesto que piensa que la democracia es sinónimo de capitalismo y que a este último sólo hay que darle un rostro humano. No considera las raíces históricas y sociales del conflicto armado que sufre Colombia y cree -como los intelectuales funcionales al régimen-, que la solución manu militari del ‘fin del fin’ allanará el camino para que esa izquierda tenga las garantías para ganar las elecciones y ‘ser gobierno’. La seguridad que ofrece el régimen es una prioridad por encima de cualquier consideración sobre la injusticia y la desigualdad social.
No valora en su dimensión antisocial el monopolio terrateniente del suelo y acepta en forma pasiva la propaganda a favor del capital y de la empresa privada como supuesta fuente de progreso y bienestar. Reniega de las luchas sociales, de la acción directa y de las movilizaciones callejeras, piensa que la política de “seguridad democrática” beneficia el país, porque ahora si se puede transitar por las carreteras y descansar los fines de semana. Este género se organiza en forma de algunas ONG y tramita proyectos ante organismos de “cooperación internacional” en el marco
de las políticas de ajuste social y atención a los ‘más pobres de los pobres’ que focaliza el Banco Mundial o la Organización de las Naciones Unidas.
Se trata de ‘proyectos productivos’ para que los campesinos cultiven comodities (productos de exportación) como la palma africana y actúen en ‘alianzas’ y emprendimientos con inversionistas agrícolas que no son ajenos a la expansión de sus fundos por la vía paramilitar.
Este tipo de intelectual no denuncia al régimen ni al gobierno de Uribe y mucho menos a las clases dominantes dueñas de este país, cuando mucho denuncia los “excesos” del régimen –al que, por lo demás, considera legal y legítimo-, pero no enfrenta la explotación estructural, puesto que abandonó la crítica social y política, y adopta la jerga tecnocrática propia de los neoliberales y de los consultores expertos en control social. Estos se acomodan y ansían dádivas, en cuanto tienen oportunidad, se convierten en voceros del régimen y brincan sin titubeo para formar parte del
primer tipo de intelectuales, ante una candidatura para acceder al privilegio de ser congresista, ministro o embajador.
De tales tartufos poco puede esperarse, porque abjuran de la acción directa de las comunidades y del trabajo político en barrios y veredas, pues sólo les interesan los individuos como electores potenciales y no como sujetos colectivos de carne y hueso que se articulan en torno a un proyecto emancipatorio. Para completar, algunos de estos personajes transgénicos de izquierda, también son eclécticos e híbridos puesto que al mismo tiempo se mueven en el terreno de los intelectuales de derecha, trabajan con instituciones oficiales, legitiman el régimen, tienen sus propias ONG y son consultores privados que venden “sus ideas” al mejor postor.
Si se considera que el trabajador del pensamiento tiene una responsabilidad irrenunciable de buscar, defender y decir la verdad, denunciar la injusticia, la desigualdad y los abusos del poder y coadyuvar, con sus ideas y sus acciones, en la construcción de una sociedad emancipada, aquellos que arriba se mencionaron no pueden ser considerados como intelectuales stricto sensu.
Los trabajadores del pensamiento
En Colombia los trabajadores del pensamiento y acción colectiva se encuentran en medios de comunicación alternativos, en grupos independientes que trabajan con los sectores populares, en unos cuantos catedráticos universitarios que no se han plegado ni al unanimismo del régimen, ni a la tecnocracia uribista, ni a esas ONG que adornan el neoliberalismo. Se encuentran presentes en algunos columnistas que, contra viento y marea, y entre amenazas y señalamientos, denuncian con valentía todas las bajezas, el oprobio e iniquidades de este régimen y en general estan todos aquellos que piensan y actúan contra el capitalismo no sólo en su versión neoliberal. De la misma manera, esos trabajadores del pensamiento se encuentran entre los educadores populares que con su quehacer diario en las comunidades buscan construir en la práctica otro tipo de sociedad, regida por unos valores diferentes a los de la ganancia y el individualismo propios del mercantilismo y el consumismo.
Los trabajadores del pensamiento, son todos aquellos que plantean lo siguiente: más importante que la pura participación electoral es el trabajo con la gente y no se escabullen cuando se trata de impulsar la movilización social y organizar la lucha directa. Estos trabajadores del pensamiento se soportan en la filosofía de la praxis, en la cual se funden la teoría y la práctica de la transformación social, algo muy alejado de la pura especulación teórica como un fin en sí mismo.
A estos intelectuales podemos llamarlos, como lo hacia Julio Antonio Mella, trabajadores del pensamiento, denominación con la que se refrenda el vínculo que existe entre todos los trabajadores, incluyendo a aquellos que más sufren, como los cañeros de los ingenios y los comuneros indígenas, que hoy nos dan un gran ejemplo de dignidad y de valentía. Porque como lo esclareció el luchador cubano: “Intelectual es el trabajador del pensamiento. ¡El trabajador!, o sea, el único hombre que a juicio de Rodó merece la vida, es aquel que empuña la pluma para combatir la iniquidades, como los otros empuñan el arado para fecundizar la tierra”. A estos trabajadores del pensamiento los guían otros propósitos que van más allá de las dádivas y prebendas inmediatas del poder de turno y cuya acción es radical, como afirma Carlo Fabretti, “en el más pleno y literal sentido del término, puesto que lo que está podrido
son las raíces mismas del sistema”.